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Delirios

                                                                                   I         Un acordeón acompaña la tarde. Tigres en las nubes perciben la posibilidad de un acontecimiento fortuito, intenso. Un cielo color carmesí huele a lirios, a café. El campo plagado de libertad y mariposas es el terreno idóneo para el florecimiento de un arcoiris que se forma en la conjunción de luz con cascadas de agua cristalina.       Juana se encuentra al borde del río. Admira el paisaje que la rodea. Su pelo brilla como la plata; su sonrisa es tenue, plácida, perenne.     Así, con sus pies sumergidos en el agua, recuerda a su amada; aquellas veces en las que mirarse a los ojos y abrazarla era estar frente a un cielo lleno de estrellas. Se consolidaban los placeres más generosos. El tacto percibía el olor, la nariz percibía los colores y los ojos volaban al más allá. Sus encuentros acompañados de excelente comida, hacían que el gusto por la vida fortaleciera sus deseos por más.

Enero rojo vivo

Sentada en las mesitas de afuera Agustina abría y cerraba el libro en un tic nervioso. Todo la distraía, desde los ruidos de los autos hasta el calor que se desprendía del asfalto pegajoso en la avenida. Estar esperándolo en la vereda en pleno enero era una tortura y hubiese sido mucho mejor estar adentro del bar, amparada por el aire acondicionado a 19 grados. Pero desde adentro podía llegar a no verlo y no podía perderse esa oportunidad de encuentro. Acalorada, trató de no tocarse la cara, estaba muy maquillada y sentía como lentamente empezaba a correrse la pintura. Sobre todo en los ojos. Water proof las pelotas, pensó mientras recordaba la fortuna que había gastado en ese rímel de marca. Miró su reloj, 1:.55, cada vez faltaba menos. Sabía que él salía de la facultad a las dos de la tarde y caminaba por Córdoba hasta la parada del 99. El paso por el bar era inevitable. Intentó repasar en su cabeza el discurso que había preparado, mientras sacaba del servilletero siete u

¿Estás viendo lo mismo que yo?

Corea del Norte Kim Jong Un presidía el lanzamiento del nuevo misil de mayor alcance. Sus asesores, repletos de medallas, lo rodeaban entre entusiasmados y temerosos. Si la prueba salía bien, sería motivo de festejo y alegría. Si algo fallaba… los acontecimientos serían impredecibles. El lanzamiento llevaba unos cuantos minutos de retraso. Kim Jong Un observaba impaciente su reloj. Luego de un rato de tenso silencio miró con ceño fruncido a su general Min Ho Park, principal responsable del nuevo misil, quien ensayó una explicación mientras empalidecía . -Hay problemas con el control de combustible, no podemos monitorear su nivel. Kim Jong Un se dirigió hasta el panel de furia, en donde descargó su ira golpeando hasta destrozar las mangas de su propio uniforme, que fue inmediatamente repuesto. Se desplazó luego hasta el operador de control .    -¿Qué está sucediendo? -le preguntó.    -No sabemos si se llenaron o no los tanques, supongo que habría que posponer la pr

El hombre que quería festejar

– Uma cerveja e a conta, por favor –le dijo al mozo. Queríamos arrancar antes de que se largara a llover porque teníamos que tomar un colectivo de línea hasta la terminal y otro de larga distancia hasta Sao Gonçalo. Ruta y lluvia son una combinación que me apavora. Aquella semana santa habíamos ido a visitar a la familia de Alexandre. Eran nuestras primeras vacaciones desde el nacimiento de Lua y desde que abrimos el jardín de infantes. Dos años en que nuestras vidas se tornaron una sucesión de recibir chicos, prepararles meriendas y almuerzos, cuidarlos en los recreos, ordenar todo para el día siguiente, comer, dormir, recibir chicos. Los fines de semana tocaba limpieza profunda para volver a empezar el lunes a las 7:15. Cinco días en Brasil fue el plan, y desde el primero supe que no la iba a pasar bien. Revivía mentalmente cada momento del día: debe haber llegado Micaela; debe haber llegado Luna; todavía no debe haber llegado la maestra; debe haber llegado Matías –seguro se qu

Barrios

    Me indicaron que era ahí.     Entré a la habitación y me encuentro con un hombre de espaldas mirando por la ventana.     -¡Hola, permiso…!     Silencio total. Avanzo unos pasos, pequeños pasos y vuelvo a repetir… eh…hola, permiso, con una voz del tamaño de esa ventana que me atrapaba.     Ahí y como al descuido lentamente se dio vuelta y me observó en ángulo agudo.     No emitió palabra. Me miraba sin mediar sonido. Me extendió la mano pidiéndome la tarjeta que traía. Se la di. Con voz monocorde repitió mis datos personales que yo ya conozco de memoria.     Lo miré fijo y le pregunté:     -¿Acá es dónde se toman clases de cortesía?     Sin contestarme, me devolvió la tarjeta.     -¿Así que vive en el Barrio de Los ombúes?    -¡No, no vivo ahí, eso no dice en mi tarjeta!     -¡Cómo que no! Ahí en la tarjeta dice eso, fíjese bien: Barrio de los ombúes.     -¡Perdón señor, pero usted no leyó bien! ¡Acá dice bien clarito “Barrio de Las Alondras”!     -¡Y b

El manicomio

1. Mi nombre es Martín y después de tantos o mejor dicho varios años, quiero sentarme relajadamente a escribir la historia de una etapa que fue, es y será inolvidable, una historia que me quitó y me dio muchas cosas, como esta pequeña hija de bucles que tengo sobre mis rodillas, que es mi vida, mi todo, la que merece saber en algún tiempo lo que viví.      Después de mi ruptura con Valeria, mi novia de la adolescencia, la chica con que compartimos tardes y noches de sueños y proyectos, la mujer que me acompañó en toda mi carrera universitaria, la compañera que festejó y lloró el día que hice mi juramento de Doctor en Psiquiatría, la amiga que esperó pacientemente que consiguiera un buen trabajo, cosa que no fue fácil, como no lo es en las grandes urbes.      Y quién sabe por qué la vida cuando te ve que ya está todo armado, casi casi perfecto, te juega un revés. Valeria y yo nos separamos, luego de todos esos años. Por más que lo piense y piense no puedo entender bien la r